Fin de semana de otoño por la Hoz de Beteta y la Ruta del Mimbre (I)

Este sábado he visitado la Hoz de Beteta y Ruta del Mimbre.

¡Cómo he disfrutado de este fin de semana de otoño! El tiempo, delicioso: días soleados y con temperaturas muy suaves; el paisaje embriagando la retina con una gama de colores asombrosa y gozando de la gastronomía local.

Hoz de Beteta y Ruta del Mimbre

Llegamos a la Hoz a media mañana; hemos atravesado La Alcarria conquense, una tierra de secano, pobre en árboles y más abundante en arbustos. En unos momentos, nos sorprendemos con un cambio drástico en el paisaje: nos rodea una masa ingente de vegetación que nos deja entrever las formaciones rocosas verticales labradas por las aguas.

La Hoz de Beteta, en su entrada sur, comienza en Puente de Vadillos. De esta población parte una carretera por la que arribaríamos al Balneario de Solán de Cabras, pero no es este hoy nuestro destino.

Nada más pasar el Hotel Caserío de Vadillos, donde hoy comeremos, entramos en la Hoz. Recorremos en coche unos 3 kilómetros hasta la señal que indica la Fuente de los Tilos. Ahí comenzará nuestro paseo matutino para ganarnos de alguna manera la comida.

Nada más comenzar a andar, pasamos el puente sobre el río Guadiela y torcemos a la izquierda para llegar al área de la fuente. Vamos pisando sobre una alfombra de hojas y nos envuelve una selva de pino negral, avellanos, quejigos y tilos; también arbustos y musgo en abundancia pegado a cada roca. Son unos cientos de metros de recorrido que nos llenarán el alma de espíritu otoñal.

Volviendo al puente sobre el Guadiela, atisbamos unos escalones de bajada de nos llevarán a la Cueva de la Ramera. Es alrededor de un kilómetro de delicia, de entorno natural que nos fascina a cada paso. La gama de colores es inmensa: un verde profundo de los pinos de hoja perenne, amarillos y ocres de árboles que se preparan para el invierno y ramas peladas que salen de troncos vestidos de musgo y retorcidos por la dureza del clima que está por llegar.

El camino sigue cubierto de infinidad de hojas, con una vegetación exuberante que se alza y, en ocasiones, forma un arco sobre nosotros.

Dos elementos acuáticos nos despistarán por un momento de la flora. El primero que veremos es una represa de unos 10 metros de alto con su maquinaria para gestionar el flujo de agua. El segundo, es una pequeña cascada al atravesar la pasarela que deja a escasos metros de la Cueva de la Ramera. La cueva se puede visitar, pero hemos llegado fuera de horario; tendremos que volver en otra ocasión para conocer lo que esconde.

Deshacemos el camino, recogemos el coche y nos dirigimos al Caserío de Vadillos. Estamos hambrientos después del memorable paseo. El restaurante, además de hotel, está rodeado de un cuidado y amplio jardín con terraza; pero el hambre azuza y lo descubriremos, si acaso, una vez comidos.

El restaurante no llama especialmente la atención por su decoración, aunque está cuidado. Somos de los primeros en entrar, por lo que podemos disfrutar de tranquilidad y mejor atención del servicio. La carta refleja la cocina de esa zona rural: morteruelo, ajoarriero, judías con oreja, pisto con rebollones, migas, manitas de corderos y huevos fritos con distintos acompañamientos. La carta de vinos es un poco corta y con énfasis en los vinos de La Mancha.

En nuestro caso, pedimos unas migas y un plato de oreja para comenzar. Les seguirá el lomo de orza y unos huevos fritos con costillas, también de orza.

Las migas están ricas, adornadas de una uva pequeña y coronadas con un huevo frito. La oreja viene en una presentación que nos resultó novedosa; está entera, sin pimentón. ¡Riquísima! Al preguntar al camarero, nos enseña el truco: se cuece previamente para ablandarla y, al ordenarla el cliente, se pasa por una plancha muy caliente; lleva un poco de aceite por encima y un trozo de limón por si apetece al comensal.

El plato con lomo de orza viene en un trozo único y generoso. Está en su punto: rico de sabor, fácil de comer y difícil de terminar. Los huevos fritos revelan lo que ya hemos saboreado en las migas: el establecimiento cría unas gallinas en un cercado del jardín que proveen de una materia prima de alta calidad y frescura.

De postre, un flan de los caseros de verdad, delicioso, también está elaborado con los huevos de las productivas gallinas.

Llega la hora del café, pero lo degustaremos en Beteta que está a unos escasos 10 kilómetros del restaurante. Llegamos a la plaza del ayuntamiento y nos sentamos en una terraza, pues apetece seguir disfrutando de un sol espléndido, poco propio de un día de otoño. Beteta da para un buen paseo, disfrutando del campo que se vislumbra desde la terraza pegada a la Plaza, de algunos edificios interesantes y de la vista del castillo que se ve en lo alto del monte.

Ha sido un día de otoño delicioso; nos hemos llenado de vida y de naturaleza además, claro, de saciar cumplida y sabrosamente nuestro apetito.

 

Hoz de Beteta - Comida

 

 

 

 

 

 

paisajes Hoz de Beteta y Ruta del Mimbre

 

 

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