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Sostenibilidad, agricultura y medio ambiente, Uva
Día de vendimia en el pueblo – Relatos de Vida Rural e Infancia
Vendimia. Temporada de uvas
A menudo, evocamos imágenes que nos hacen revivir momentos de nuestra infancia. Sensaciones deliciosas y maravillosas afloran con los recuerdos, que brotan nítidos y lúcidos en algún punto y desfigurados en otros momentos.
A mis 9 años, recuerdo especialmente un día de vendimia en el pueblo. Era otoño, una mañana fría aunque soleada, agradable pese a que hacía falta ya cierto abrigo a primera hora. Aunque en esos momentos no lo valoraba tanto como ahora, revivo en mi mente los colores que tiñen el campo en esta época y que incitan a salir de casa a llenarse de naturaleza.
El camino desde el pueblo hasta la finca se hace a pie, saliendo por la carretera y continuando por caminos después. Formamos una procesión de unas 6 u 8 personas: mis padres, algunos peones y yo, además de más un par de mulas que portan utensilios y la comida. El paisaje se compone de montes bajos, con cultivos de secano en sus laderas, almendros diseminados y tímidas flores que asoman entre suelos agrestes, pobres y pedregosos; todo ello configura, junto con los olores de hierbas y arbustos, un espectáculo de sensaciones inolvidables.
Nada más llegar a la finca, la faena da comienzo. Mi padre y los jornaleros descargan las mulas, se reparten las navajas con punta curvada, muy apropiadas para cortar el racimo, y cada cual comienza la labor. Para no interrumpir la faena con mi insistente curiosidad de niño, mi padre me da una pequeña navaja para que emule a los mayores y experimente el nada envidiable y siempre admirable trabajo en el campo. Hago notar que la vid es una planta baja y los racimos se encuentran a escasa distancia del suelo por lo que, al cabo de un rato, los riñones se resienten y, más aún, los de un mocoso que no está acostumbrado al trabajo duro del campo.
Así que, al cabo de un rato, pliego la navaja, dejo a los mayores con la vendimia y me voy a recorrer el monte. Mi madre me advierte de que no me vaya muy lejos y los demás hacen comentarios y se mofan de mí por lo pronto que me he cansado de la faena.
A media mañana mi madre reparte el almuerzo y acudo para acompañar y disfrutar con los demás de unas apetitosas tajadas de tocino, un buen trozo de pan y una bota todavía repleta de vino, bien merecidos por el madrugón y las duras horas de recolección. Después de un tiempo suficiente para recuperar fuerzas, estirar la espalda y tras una corta conversación bajo el sol otoñal, se reanudan los trabajos.
Yo sigo subiendo y bajando por el monte, arrancando matojos, tirando piedras, persiguiendo algún conejo y viendo a lo lejos a los mayores que no paran y van llenando de uva los cuévanos. Aclaro: un cuévano es una cesta de mimbre, como de metro y pico de alto y sobre medio metro de ancho; se utiliza para transportar la uva a lomos de las mulas, un cuévano a cada lado del animal.
Todo el día recogiendo uvas
Llega a hora de la comida. Ahora, la parada es más prolongada. Los hombres se sientan donde les resulta menos incómodo, aunque la riñonada comienza a resentirse por estar toda la mañana agachados. Mi madre, estas faenas siempre las hacían las mujeres, saca y prepara la comida; sinceramente, no recuerdo exactamente qué, pero sí que nos supo a gloria después de toda la mañana sin parar. Más charla y algunas risas, la bota pasa de mano en mano y las narices gotean por la brisa fría que llega a la cara.
No hay tiempo para la siesta. Tras la pausa, toca proseguir. La rutina es igual que la de la mañana; el trabajo avanza y los cuévanos comienzan a abarrotarse. Yo, a lo mío: más conejos, alguna perdiz y otros entretenimientos de niño que depara el paraje.
La tarde ya va progresando; aún queda hora y pico de luz, pero hay que recoger, cargar la uva y llevarla al pueblo. Se nota el cansancio en los rostros, pero también la satisfacción de una jornada provechosa.
De vuelta a casa, me noto cansado pero contento del día vivido. Mañana, habrá que reanudar la vendimia pero yo estaré, afortunadamente, en la escuela; mis riñones me recordarán el “duro” día de vendimia.
Aún hoy, el recuerdo de aquellos días me hace esbozar una sonrisa que me traslada a un estado melancólico que me gusta saborear.
Día de vendimia en el pueblo – Relatos de Vida Rural e Infancia
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